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jueves, 31 de diciembre de 2015

Políticos corruptos, sociedad enferma y padres sin escrúpulos

Buenos días,
J.A. lo que te debía de las Putes

hace más de 2 años que no escribo nada en este mi blog. Por avatares de la vida he dejado la escritura de lado habiendo primero, perdido la costumbre, y segundo, la necesidad de expresarme a través de estos medios, debido a mis poco desarrolladas dotes de organización para la comunicación clara y concisa. Adicionalmente, concibo la escritura como un arte y el hecho de escribir en varios blogs de distinta temática llegó a ser más un compromiso que una liberación, lo cual, me llevaba un sin fin de quebraderos de cabeza para, según mi criterio, poder escribir una entrada de calidad al servicio de los internautas. Dicho esto, el volver lo considero un claro síntoma de que en mí se ha despertado unos deseos terribles de compartir un punto de vista más maduro respecto a múltiples temas de tendencia entre la población de mi país, máxime si ponemos encima de la mesa el terremoto de cambios surgidos en los últimos meses. 

Por tanto, creo que el tema de mayor calado social durante en estos últimos tiempos y por el cual debería empezar es la política. Como tema, es uno que tenía muy aparcado por contagio de la opinión pública. La política en sí me desilusionaba y no me ofrecía una gran enriquecimiento como persona. Con los años, debo decir, considero he ido ganando en criterio respecto al mismo, me gustaría exponer mi visión de lo que percibo como miembro de la sociedad que compone concretamente el estado español. La pregunta es: ¿Por qué tanta desilusión en la gente respecto a dicha cuestión? La respuesta diría que es simple: la imagen que ofrece la clase política, es sin duda alguna, deficiente si no pésima. La composición de esta imagen ha derivado de la mala prensa que ellos mismos se han buscado, incentivada por su negligente forma de actuar. Y ahondando en mayor profundidad en el fondo de la cuestión que venía a plantear, me gustaría hablar de la corrupción en sí misma, que aunque es importante no debemos obviar no es la única pieza del vasto puzzle que compone la tan deteriorada visión de los aquí  juzgados.

Corrupción... ¿por qué ha sido tan manida esta palabra en el último lustro? La respuesta es fácil. Solo hay que atender a los medios de comunicación. Curiosamente es una palabra que con su uso frecuente, parece haberse normalizado en nuestro vocabulario. Y no solo en él. En nuestro afán por erradicarla de facto, no solo no hemos conseguido atañer el problema que ello conlleva, si no que lo hemos evidenciado y en medida aparente, potenciado. Con esto no quiero decir que haya más corrupción que antes, aunque así lo parezca. Lo que sucede es que ahora mismo somos más conscientes y como pueblo nos queda pasar por la fase de crisis previa a un cambio de magnitudes significativas. El hecho de ponerlo en la parrilla de cuestiones a tratar, y por ende solucionar, ha abierto parcialmente los ojos a las masas. Este ilegal acto de supuesta naturaleza está ayudando a poner en bandeja uno de los verdaderos y más reales problemas de fondo que como colectivo tiene la sociedad española, a la que no dudaré en catalogar como enferma.

Vayamos al grano. Desde hace unas semanas, más concretamente principios de diciembre, este servidor vuestro, escritor a tiempo puntual, está trabajando de monitor de ocio y tiempo libre en un evento-iniciativa de ocio infantil y juvenil que cada año y ya desde hace unos cuantos, tiene lugar en la ciudad en la que vive. Entre las haciendas de las que se responsabiliza se encuentra la de gestionar, permitir y regular la entrada de niños y púberes en un hinchable para su uso y disfrute. Para ello, la empresa responsable de la organización de dicho evento (no de mi contratación, matizo) ha puesto unos carteles a disposición de los usuarios en lo que se concreta a ojos vista la edad permitida para el uso de las atracciones de la empresa que me ha contratado. Continuemos. Cada vez que los niños, se aproximan a la atracción pensando en subirse a ella y les preguntamos la edad, responden con la verdad por delante (lo que provoca un amor incondicional por mi trabajo). La controversia comienza en el instante en el que algunos padres intentan romper la norma en su favor cuando responden mintiendo sobre la edad de sus hijos según su conveniencia o como ha sido el caso ayer por la tarde, de tratar de tomar el pelo descarademente a una de mis compañeras: -Tiene 7 años, pero él siempre dice que tiene 6- responde la mujer ante la negativa de aquella. Primero, contradecir una primera información poniendo en jaque la información dada en primer lugar por tu acompañante no es muy de fiar. Segundo, si encima tenemos en cuenta que éste es un niño, ser inocente y verdadero por naturaleza, lo convierte en un alegato bastante más dudoso. Tercero (información adicional), la insistencia disfrazada de intento posterior le infunde una sinvergüencería sin igual y no lo convierte si no en un acto aún más egoísta, absurdo, insultante y descarado. Con todos estos ingredientes conformamos un cóctel explosivo de lo que yo hago llamar corrupción ciudadana a pequeña escala. Algo que parece una nimiedad no lo es, o así yo no lo veo. Es más, diría que detalles como éste son más que frecuentes y casi siempre surgidos desde el egoísmo más primitivo. Y con esto no pongo en duda que el fondo del objeto de denuncia por parte de esta mujer no estuviera justificado. El límite de edad impuesto en algunos casos admito destila prudencia y conservadurismo y no sucedería nada si se ampliara un poco más. El problema no es eso, son las formas. Nos pierden las formas, los medios para lograr algo y bebemos del veneno servido por la inmediatez en la que nadamos y en lo que alimenta esa nuestra educación de la que presumen algunos y que ha llevado a esta situación. Una situación de corrupción a gran escala, a la que no me cabe la menor duda en afirmar su existencia, en todos los estratos de nuestra sociedad con patente en corso, aunque a algunos les guste denominar eufemísticamente de algún otro modo dependiendo del contexto. 

Volvamos a enforcarlo desde un punto de vista a mayor escala. Lo que a través de la habitual hacienda de nuestros políticos es un hecho denunciable no lo es tanto, o al menos menos visible (valga la redundancia), cuanto más bajemos en el estrato social en el que nos encontremos. Si ponemos en liza al partido político gobernante como ejemplo de clase alta/pudiente/apoderada/privilegiada, con todo el foco mediático encima suya, los casos de corrupción son denostados con mayor vehemencia. No por ello, y debo subrayarlo, los miembros del actual gobierno ejecutivo son más corruptos que los de la oposición, pero si reciben con más facilidad las miradas de propios y extraños. En este grupo podemos incluir además personajes públicos, títulos nobiliarios, empresarios de multinacionales... Si seguimos bajando en la exposición mediática de un cargo público, como por ejemplo, del Congreso al Senado (del que poco se conoce la naturaleza de sus componentes) o del Congreso estatal a uno autonómico; encontramos casos de corrupción equivalentes en lo moral y legislativo, pero con un aparente nivel menor de trascendencia pública. Aún menor será este nivel si descendemos hasta cargos en provincias, localidades y ediles de pequeños ayuntamientos, para finalizar con los pequeños sobornos a los que sometemos a familia, amigos o a nosotros mismos en nuestro día a día a pie de calle. Nos disculpamos y excusamos continuamente, tanto o más que quejarnos de lo sucio que es el panorama político. Quién esté libre que tire la primera piedra ¿Si no cómo puede ser posible que quejándonos de su forma de proceder y maldiciéndolos con cada sorbo de café entre amigos en el bar puedan seguir manteniendo el cargo cada cuatro años legislatura a legislatura? Algo falla. Nada más lejos de la realidad. Simple y llanamente hemos normalizado la corrupción en nuestro modus operandi. ¿Y cómo es posible? Con pequeños detalles como el citado anteriormente de mi compañera y la madre. El simple hecho de callarnos ante una injusticia, de salvar nuestro culo aunque salga jodido nuestro prójimo, de no proceder como se se espera y/o como nos gustaría que lo hicieran con nosotros, son otros claros ejemplos. Si esa señora, junto con otras familias más, pusieran una queja formal en el lugar adecuado para ello, en vez de tratar de esquivar la norma, el problema se habría acabado no solo para ella, si no para todos los demás usuarios de las atracciones. 
No se trata tanto de saber si fue antes el huevo o la gallina porque sería un debate inútil y agotador, además de históricamente poco manejable, pero lo que está claro es que todos, en mayor o menor medida y en nuestra justa proporción, hemos contribuido a esta sucia ley del silencio. Un silencio que ciertas sociedades, fundamentadas en unos valores de determinada índole y procedencia, construyen en base a unas leyes injustas con las que prefieren jugar antes que denunciar. Un silencio, que por otra parte, las altas esferas de la sociedad han amasado para perpetuar su posición de privilegio en esa pirámide de poder cuya llegada a la cúspide se han asegurado no sea fácil, y para lo cual debamos CALCARLAS como modelos a seguir, sin olvidarnos de la inestimable ayuda que prestan a tal fin todos los fieles aparatos ideológicos del estado (ya sea en forma de medios de comunicación, educación, imagen corporativa, slogans, etc), usados en consonancia con sus intereses como clase económica y social. Y para terminar, un silencio, que aquellos pertenecientes a una clase social menor, como la mayoría de nosotros, miembros de organismos, grupos o etnias concretas con alma propia, no han sabido ahuyentar debido a las cadenas del conformismo y el costumbrismo que nos ata como especie, ante la abundancia de des(in)formación e incultura y la falta de sabiduría, compromiso y conciencia colectiva. O ya que estamos, todas juntas. Qué más da.

Por tanto, que no nos quepa duda que en el momento en que nos conformemos o incluso cayendo en las redes pérfidas del vicio prefiramos jugar al juego dictaminado por las mencionadas leyes injustas advenidas de una constitución de hace casi 40 años y/o con reglas protocolarias estipuladas de tácito acuerdo por convención social, en vez de tratar de cambiarlas, estaremos abandonándonos a nosotros mismos, a nuestros principios, los de nuestros progenitores, primogénitos y todo aquello para y por lo que hemos luchado y defendido. Por muy pequeña que sea la falta, tened por seguro que caeremos en el oscuro agujero de la inmoralidad y nuestras palabras se  convertirán en cristales de bohemia rotos en un suelo de lógica y pura realidad. Seremos verdugos y víctimas de nosotros mismos.


Todo ello me preocupa y me entretiene a partes iguales, sin ánimo de frivolizar. Esto último no porque mi yo más maquiavélico y misántropo espere la llegada del deterioro definitivo de nuestro sistema, si no por la renovación de aquella mencionada ilusión perdida hace algún tiempo. Motivación por mejorar mi entorno y sociedad, siendo parte activa y consciente del cambio que está teniendo lugar. Motivación en querer discutir sin acritud estos temas con la gente de mi alrededor, encontrar puntos comunes y muy distantes para poder irnos acercando paulatinamente, tal como sucede en nuestro país, en el que el Congreso se ha partido en múltiples pedazos, espero cada vez más pequeños, para que puedan irse encontrando mediante la palabra por el bien de sus votantes, y hallar respuestas y soluciones que satisfagan a todos de un modo u otro. Por eso me encuentro motivado, porque poco a poco y tras años de oscuridad, costumbrismo, conformismo, confort y de un victimismo nacido de la semilla vírica egoísta del capitalismo, nuestra sociedad comienza a despertar (no solo en lo económico, para lo cual necesitaremos más tiempo) y a dar síntomas de recuperación de esa esencia democrática en su concepto más primigenio y genuino, vislumbrando la lejana luz del final del túnel hacia una sociedad más equitativa y justa y encaminándose por consiguiente hacia la conformación de un estado verdaderamente más plural.

Por Marcos Pantani

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